Las formas son sólo un pre-texto circundante para sus manos. Éstas se manifiestan únicas frente a la naturaleza que tocan y convierten en reencuentros geométricos orgánicos. Su escultura tiene vida, respira, se mueve entre las miradas y el tacto: levita.

Juan Rojas, cual fantasma matricial de la obra que lo construye y deconstruye, es un ser transparente como su obra, metafórico como su lenguaje, manifiesto inequívoco de una sensibilidad meta-artística. Su hiperatmósfera comenzó en Cuautitlán, Estado de México, en donde dialécticamente solitario en medio de la multitud, en el aislamiento voluntario se emperifollaba con objetos magnéticos y mecánicos, siempre en busca de fusiones eclécticas. Ni el hedonismo adolescente de la época, lograron transformar sus deseos permanentes de niño explorador e incesante co-creador de realidades alternativas…siempre congruente y fiel a su convicción, los juguetes trascendieron en la elasticidad del tiempo. –Siendo discípulo de la distinguida maestra Leticia Moreno, en la Academia San Carlos, construyó la semántica de su obra, bajo una sola identidad: la anakiklesis del arte y él mismo.

El ciclo infinito, su propia e incomprendida, dulce tortura creativa, que entre lunas llenas, trazos de caoba, metales in-mortales y algunos circuitos termitas, convierte entre falanges, en robóticos seres imaginarios y espirituales, que rebasan la escultórica intensión, de este mexicano con iluminación oriental y rasgos de piedra.

Itinerantes exposiciones olorosas y minimalistas, escenográficas también, bajo el umbral de la borrosidad afectiva y el desencuentro semiológico, han emancipado la mirada de reclusos, mujeres, actantes teatrales, niños curiosos y extranjeros ávidos de formas insólitas. Sus palabras son vetas de roble, viajes interparadisíacos, hipercubos en cuatro dimensiones, rocas flotantes. Nociones de luz y algunos insectos rondan la piel que deja en cada talla, entre los objetos lógicos y sus formas eróticas. Ningún rincón de la atmósfera escapa su sensibilidad, el cincel le roba privacía y en delicadas siluetas nos recuerda de qué estamos hechos: polvo de estrellas.

Esos reconocimientos merecidos, los guarda en su silente caja de sombras. Enigmática y sorpresiva, cada obra es un ser nuevo para el bestiario que escribe desde hace más de 25 años de trayectoria. Rojas, como provocación ofensiva que la ignorancia transmite en la vaciedad de algunos, experimenta hasta consigo mismo para reencontrarse con la suavidad del mármol y el calido bronce de anillos en espiral.

Paradójicamente su escultura es existencial y su existencia escultórica. Se infiltra en el meditar constante para robarle sonido al viento y justificar la pérdida de razones, el arte es simple en sus suspiros, se manifiesta fortalecido y convincente, hasta en los mínimos desatares de revoluciones virtuales y electrónicas.

Inmaculadas figuras de pensamiento, se plasman en la obra de Juan Rojas, ser extraído de mitológicos relatos que hoy con su autoría, trascienden la consciencia y la expectativa común.

Dalia Omaña Toledo
Octubre, 2006